Hoy, 9 de julio conmemoramos a Santa Verónica.
Pese a la popularidad de esta santa, su nombre no se encuentra en el Martirologio Romano actual y tampoco estuvo en el anterior.
Es recordada por su gesto compasivo hacia Jesús en Su camino al Monte Calvario al enjugar su rostro lleno de sangre y sudor con un velo que pasó a la historia como reliquia por llevar impreso las facciones del Mesías.
Este velo, lienzo o paño es conocido mundialmente como “Santa Faz” o “Velo de la Verónica” y es una de las reliquias más importantes del cristianismo puesto que se considera como una verdadera imagen de Cristo. Respetables tradiciones la incluyen en el número de las Santas Mujeres y cuentan que ella misma llevó el famoso velo a Europa.
El nombre Verónica apareció por primera vez en el documento apócrifo “Las Actas de Pilatos” y procede del latín “vera icon (o verdadero icono)”, siendo la imagen o reliquia de este tipo más antigua y conocida. Otra reliquia importante similar a esta es la Sábana Santa de Turín. “Verónica” también podría ser una variación del nombre macedonio Berenice que data del siglo IV y que quiere decir “la que lleva a la victoria”. Este último nombre está vinculado al de la hemorroísa de los evangelios sinópticos que fue curada milagrosamente por Jesús.
Según la tradición, Santa Verónica fue una mujer piadosa que vivió en Jerusalén y que tras la Pasión del Señor se dirigió a Roma llevando consigo el velo, que posteriormente fue expuesto para la veneración pública. Su acto ejemplar se recuerda hoy en la sexta estación del Vía Crucis.
Una de las varias tradiciones explica que Santa Verónica llegó a Italia ante el emperador romano Tiberio, y lo curó tras hacerle tocar esta sagrada imagen. A partir de este evento, permaneció en la capital del imperio en la misma época que los apóstoles San Pedro y San Pablo. Al morir, dejó la imagen al Papa Clemente I.
Con motivo del primer año santo de la historia, en el 1300, el Velo de la Verónica se convirtió en una de las “Mirabilia urbis” (maravillas de la ciudad de Roma) para los peregrinos que visitaron la Basílica de San Pedro en el Vaticano.
Las huellas del Velo de la Verónica se perdieron en los años sucesivos al Año Santo 1600, hasta que fue hallado en la Iglesia de la Santa Faz de Manopello. El Papa Benedicto XVI fue el primer pontífice en visitarlo en septiembre de 2006.
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