En el Plan Reconciliador de Dios, San José tuvo un papel esencial: Dios le encomendó la gran responsabilidad y privilegio de ser el padre adoptivo del Niño Jesús y de ser esposo virginal de la Virgen María. San José, el santo custodio de la Sagrada Familia, es el santo que más cerca está de Jesús y de la Santísima de la Virgen María.
El Papa Pío IX, atendiendo a las innumerables peticiones que recibió de los fieles católicos del mundo entero, y, sobre todo, al ruego de los obispos reunidos en el concilio Vaticano I, declaró y constituyó a San José Patrono Universal de la Iglesia, el 8 de diciembre de 1870.
Las principales fuentes de información sobre la vida de San José son los primeros capítulos del evangelio de Mateo y de Lucas. En los relatos no conocemos palabras expresadas por él, tan sólo conocemos sus obras, sus actos de fe, amor y de protección como padre responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo. Es un caso excepcional en la Biblia: un santo al que no se le escucha ni una sola palabra. Es, pues, el "Santo del silencio".
Su santidad se irradiaba desde antes de los desposorios. Es un "escogido" de Dios; desde el principio recibió la gracia de discernir los mandatos del Señor. No es que haya sido uno de esos seres que no pronunciaban palabra, fue un hombre que cumplió aquel mandato del profeta antiguo: "sean pocas tus palabras". Es decir, su vida sencilla y humilde se entrecruzaban con su silencio integral, que no significa mero mutismo, sino el mantener todo su ser encauzado a cumplir el Plan de Dios. San José, patrono de la vida interior, nos enseña con su propia vida a orar, a amar, a sufrir, a actuar rectamente y a dar gloria a Dios con toda nuestra vida.
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