jueves, 15 de septiembre de 2022

Fiesta de Nuestra Señora de los Dolores

Cada 15 de septiembre, un día después de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la Iglesia Católica conmemora a Nuestra Señora de los Dolores.


Jesús y María unidos en el dolor salvífico

De muchas maneras, la sucesión de ambas efemérides constituye una invitación a meditar en torno al misterio del dolor que unió las vidas de Jesús y de María, para redención del género humano. Meditar en los dolores de nuestra Madre nos ayuda a comprender mejor los dolores de Cristo, a acercarnos más a su Santísimo Corazón, y a dejarnos transformar por el amor sacrificial.


Origen de la devoción

La devoción a la Virgen de los Dolores -también conocida como la Virgen de la Amargura, la Virgen de la Piedad o, simplemente, la “Dolorosa”- viene desde muy antiguo. Esta puede remontarse incluso hasta los orígenes de la Iglesia, allí cuando los cristianos recordaban los dolores de Cristo, siempre asociados a los de su Madre María.

Sin embargo, es necesario precisar que la advocación de Nuestra Señora de los Dolores (Mater Dolorosa) cobra forma e impulso recién a finales del siglo XI. Décadas después, hacia 1239, en la diócesis de Florencia, los servitas (Orden de frailes Siervos de María) fueron los primeros en destinar un día especial para conmemorar a la Virgen en su dolor.

El día escogido fue el 15 de septiembre; día que quedaría oficializado a inicios del siglo XIX (1814) por el Papa Pío VII, quien le concedió el rango de fiesta.


La Dolorosa y los santos

Esta hermosa devoción ha sido alentada por muchos santos a lo largo de la historia, obviamente con el patrocinio directo de la Santísima Madre de Dios.

Es así que la Virgen María se le presentó a Santa Brígida de Suecia (1303-1373) y le comunicó lo siguiente: “Miro a todos los que viven en el mundo para ver si hay quien se compadezca de Mí y medite mi dolor, mas hallo poquísimos que piensen en mi tribulación y padecimientos… Por eso tú, hija mía, no te olvides de mí que soy olvidada y menospreciada por muchos. Mira mi dolor e imítame en lo que pudieres. Considera mis angustias y mis lágrimas y duélete de que sean tan pocos los amigos de Dios”.

Además, la Madre de Dios prometió -también a través de Santa Brígida- que concedería siete gracias a aquellas almas que la honren y acompañen rezando diariamente siete avemarías mientras meditan en sus lágrimas y dolores.

Por su parte, San Alfonso María de Ligorio (1696-1787) cuenta que Jesucristo reveló a Santa Isabel de Hungría que Él concedería cuatro gracias a los devotos de los dolores de su Santísima Madre.


La Madre piadosa estaba
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía;
cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.
 
¡Oh cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.
 
Y ¿cuál hombre no llorara,
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?
¿Y quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?

Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.

¡Oh dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.
 
Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.
 
Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo;
porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.
 
¡Virgen de vírgenes santas!,
llore ya con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea;
porque su pasión y muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea.
 
Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio;
porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén;
porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
      a su eterna gloria. Amén.





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